miércoles, marzo 12, 2008

Un juicio que compromete a la FIFA

El juicio de la quiebra de ISL comenzado ayer en Suiza, una bomba de tiempo para la FIFA, jamás fue imaginado cuando Joseph Blatter y Horst Dassler celebraban juntos sus cumpleaños todos los 11 de marzo en el restaurante de Adidas, en Landersheim, Francia.

Tampoco se imaginó el paraguayo Nicolás Leoz, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), que su nombre sería citado en la causa como uno de los dirigentes deportivos que, según la acusación del juez instructor Thomas Hildbrand, habría recibido pagos ilegales de ISL.

ISL (International Sport Leisure), la misma firma que manejó la comercialización de la AFA de Julio Grondona, y que Fernando Miele y Mauricio Macri quisieron llevar a San Lorenzo y Boca Juniors, sin éxito, fue agente comercial de la FIFA por casi dos décadas hasta su quiebra escandalosa en mayo de 2001, con deudas de 300 millones de dólares.

La empresa de marketing creada por Dassler y tras cuyo fallecimiento, en 1987, pasó a manos de su principal asistente, el francés Jean-Marie Weber, es acusada por Hildbrand de haber desviado unos 3,4 millones de dólares en pago de coimas a importantes dirigentes del deporte mundial. Leoz negó ser uno de ellos, no obstante documentos en poder de Hildbrand, que acreditan giros a su nombre de algo más de 200.000 dólares a través de la firma Sunbow, con sede en las Islas Vírgenes Británicas. Otra de las cuentas más beneficiadas está a nombre de "Sicuretta" y tiene sede en Liechtenstein.

El cuadro se agravó para la FIFA, cuando la prensa suiza reveló que Peter Nobel, abogado de Blatter, presidente de la máxima entidad del fútbol mundial, entregó al síndico de la quiebra de ISL, Thomas Bauer, cerca de 2,5 millones de dólares, en febrero de 2004, como devolución del dinero implicado en el pago de coimas.

El nombre de la cuenta a través de la cual se devolvió ese dinero es Escrow Number 1/Weber.

La FIFA, que en 2001 se había presentado ante la Justicia como parte damnificada por la quiebra de ISL, quiso retirar su demanda en junio de 2004, cuatro meses después de esa devolución. Pero el juez Hildbrand siguió adelante con la causa, exigió a Nobel que diera los nombres de todos los dirigentes coimeados y allanó las oficinas de Blatter en noviembre de 2005. Fue una decisión casi inédita para las federaciones deportivas que siempre eligieron tener sede y dineros en el calmo territorio suizo.

A partir de ayer, seis ex ejecutivos de ISL, encabezados por Weber, quien en 2002 pasó unos días en prisión, comenzaron a ser juzgados en el cantón suizo de Zug acusados por Hildbrand de fraude, falsificación y desfalco, delitos que contemplan penas de hasta cuatro años y medio de prisión.

Weber siempre prefirió hablar de "comisiones" y no de "coimas". Asegura que seguirá manteniendo silencio ante los jueces, igual que sus compañeros. Es un silencio que cotiza en oro, visto que ISL, que fue el gran gigante del marketing deportivo de los noventa y cuya quiebra es la segunda en importancia en la historia judicial suiza, no sólo negoció con la FIFA, sino también con el Comité Olímpico Internacional (COI).

Blatter, que inicialmente denunció pérdidas de 340 millones de dólares por la quiebra de ISL, redujo luego esa cifra a sólo 42 millones. Y aclaró a los miembros del comité ejecutivo de la FIFA, que en 2001 lo acusaron por irregularidades administrativas ante los tribunales suizos, que sólo en ese año advirtió que ISL jamás había pagado el porcentaje de 22 millones de dólares sobre el total de 60 millones de una cuota que la cadena brasileña Globo había abonado en 1998. Era un primer pago por la reventa de los derechos de los Mundiales de 2002 y de 2006, que ISL había obtenido en 1998 de la FIFA a cambio de 1600 millones de dólares. Hildbrand cree que faltan registros de unos cien millones de dólares que ISL debería haber girado a la FIFA. Pero Blatter clausuró una auditoría interna que había ordenado su comité ejecutivo. Fortaleció su poder, cuando en 2002 fue reelegido por 139 votos contra 56. Y se consolidó el año pasado, cuando inició un tercer período reelegido por aclamación, sin necesidad de recurrir a las urnas.

El libro Tarjeta roja, publicado en 2006 por el periodista británico Andrew Jennings, exhibe documentos, según los cuales Blatter sabía ya en 1998 del atraso en los pagos de ISL. Pero jamás lo comunicó al comité ejecutivo y prefirió seguir negociando en silencio con su amigo Weber, quien aún hoy, después del escándalo, sigue siendo asiduo asistente a los congresos de la FIFA.

Ese mismo libro cuenta que una bomba pareció estallar en la FIFA en diciembre de 1998 cuando el entonces director financiero de la entidad, Edwin Schmid, mostró a su amigo Blatter un depósito de casi un millón de dólares del banco UBS, que ISL enviaba a nombre de un alto dirigente del fútbol mundial. Había un grave problema: el dinero tendría que haber sido depositado en una cuenta personal y no enviado a la FIFA.

La Corte Federal de Lausana, máxima instancia judicial, concedió finalmente a Nobel el derecho de no revelar a Hildbrand los nombres de los dirigentes coimeados. Pero, ¿saltará en el juicio que comenzó ayer en Zug el nombre de ese dirigente que, según Jennings, fue beneficiado por ISL con un millón de dólares? ¿Será ese nombre el de un ex dirigente poderoso del fútbol mundial? Blatter, de flamantes 72 años, intentó bloquear judicialmente la publicación del libro de Jennings. La gestión, que no tuvo éxito, fue impulsada por Peter Nobel, el mismo abogado que devolvió el dinero de las coimas al síndico de ISL.

Dassler, trabajador incansable y gran operador entre las sombras, llevó los votos decisivos para las asunciones de João Havelange en la FIFA, en 1974, y de Juan Antonio Samaranch, en el COI, en 1980. A cambio, obtuvo contratos jugosos, logró designaciones de sedes olímpicas y puso amigos como presidentes de federaciones. Fueron los años de dominio de Adidas, hoy jaqueada por la competencia, aunque Fidel Castro haga su aporte cuando aparece ya anciano vistiendo el uniforme de las tres tiras.

Blatter también fue empleado de Dassler. En 1972, tenía 39 años, era dirigente del hockey sobre hielo y trabajaba en Longines, cuando Dassler lo llevó a Landersheim, en la sede central de Adidas, para catapultarlo, en 1981, como secretario general de la FIFA, en lugar de Helmut Kaser, que ya estaba harto de ser perseguido, y se fue con una indemnización de casi un millón y medio de dólares que garantizó su silencio.

La "traición" de Samaranch, tras la muerte de Dassler, un negocio de apuestas fracasado y un contrato ruinoso con el circuito masculino de tenis de la ATP, llevaron a que Weber trasladara toda su atención al fútbol. En esos tiempos, ofreció dineros a Pelé para llegar a Flamengo, acordó con la AFA, quiso explotar la imagen de Boca y de San Lorenzo y, ante todo, se alió definitivamente con la FIFA de Blatter, ya presidente.

Esa alianza ahora está siendo sometida a un juicio que difícilmente podrá romper la "ley de la omertá", que rige en la corporación de la pelota. Pero Hildbrand confía en sus pruebas. Lo hace "por el bien del fútbol", como dice, paradójicamente, el nuevo eslogan de la FIFA.



La Nación

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