jueves, noviembre 01, 2007

Esa memoria que el rugby todavía tiene pendiente

Pasó cinco días y diez mil euforias después de que Los Pumas ganaran un tercer puesto y muchas glorias deportivas en el Mundial de Francia. Pasó con el rugby de la Argentina en boca de todos. Pasó y, una vez más, el propio rugby de la Argentina casi no dijo nada. En el más flamante de los 24 de octubre se cumplieron treinta años exactos y dolorosos de otro 24 de octubre, el de 1977, que fue el día en el que una patota de la última dictadura militar secuestró en Mar del Plata a Santiago Sánchez Viamonte, Pablo Balut y Otilio Pascua. Hasta entonces, eran rugbiers. Desde entonces, son tres entre 30.000.

Una minibiografía deportiva indica que Sánchez Viamonte -dueño de un talento mayúsculo que nunca dejan de mencionar quienes lo vieron sobre una cancha- y Pascua formaban la pareja de medios del club La Plata, donde también se desempeñaba Balut. Colecciones de testimonios certifican que a los tres los unían cientos de historias y dos identidades de una potencia que suele anclarse felizmente en las vísceras: la pasión por el rugby y la voluntad por construir una sociedad diferente. En ninguna de esas cuestiones estaban solos. Lo prueba otra señal del dolor: en total, son 17 los jugadores del club La Plata -todos con una fe fuerte en el rugby, todos con la esperanza de una realidad mejor- que fueron secuestrados y desaparecidos durante los años de la mayor barbarie argentina.

Tres décadas después de ese 24 de octubre de espantos, no sólo el último Mundial verifica que el rugby y el conjunto de los deportes mutaron al compás de poderosas transformaciones económicas, políticas y culturales. Pero hay escenarios que no variaron. Ni ayer ni hoy el universo institucional del rugby -salvo algunas y maravillosas excepciones- condenó aquel horror, impidiendo que el deporte cumpla uno de sus papeles posibles, que es ayudar a generar conciencia. No se trata de un debate que admita relatividades: los crímenes del terrorismo de Estado, los crímenes de los que fueron víctimas Sánchez Viamonte, Pascua y Balut, son crímenes contra la humanidad.

Suele decirse en estas horas que la resonancia del Mundial puede promover cambios valiosos en el rugby. Sería tardío pero fantástico que esos cambios incluyeran el fin de un silencio indefendible, enhebrado en miles de días y en treinta sucesivos 24 de octubre. Un silencio corto puede significar muchas cosas, pero un silencio largo es un acuerdo con el olvido. Las vidas honorables de Sánchez Viamonte, de Pascua, de Balut y de todos sus compañeros forman parte de la historia del rugby y de la Argentina. Y merecen muchas cosas, pero ningún silencio. Ellos son y seguirán siendo una memoria tierna, robusta y encendida que juega siempre en un equipo hecho de sueños, una memoria que juega siempre para que nunca más.


fuente: Clarin

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